*Claudia Leal, Valeria Martins y Aníbal Pastor
El año que ya vivimos quedará inscrito en la historia de la iglesia como el de una explosión. La crisis que se venía discutiendo hace tantos años, se instaló definitivamente. Puntos de inflexión como una desafortunada breve cuña a la prensa chilena por parte del papa minutos antes de dejar el país luego de su visita en enero, o la reunión histórica del episcopado todo en Roma, o la visita de los enviados por el papa, Charles Scicluna y Jordi Bartomeu, para por fin hacer una escucha efectiva de la situación real, fueron el resultado explícito de una lucha acallada durante años por parte de víctimas de abuso de sacerdotes y religiosos y religiosas.
¿Cómo se alzan a un nuevo protagonismo los laicos, y en especial las mujeres en esta nueva era de hacer y ser iglesia? Las siguientes líneas son el testimonio del pueblo fiel, que peregrina por aquí y por allá, sobre lo que nos produjo el 2018.
*Claudia Leal: “Yo no elegí ser mujer”
La crisis de la iglesia se produce en un contexto donde la sociedad en general y la comunidad creyente en particular han madurado en relación a su sensibilidad frente a los grupos vulnerables. Hace 50 años atrás el dolor que sufrían o el sufrimiento que experimentaban los niños y las mujeres no nos conmovían tanto ni nos indignaba tanto como hoy. Entonces, en este contexto en que la conciencia ética se enriquece y se vuelve más sensible, tenemos una visión del poder mucho más horizontal. Lo que nos interesa hoy día es que las instituciones sean capaces de poner su fama y su estatus por debajo de la dignidad de cada uno de sus miembros singulares. Mi posición es que todas las personas que somos parte de la iglesia chilena en las últimas décadas somos responsables de lo que está ocurriendo y nos tenemos que capacitar y entrenar para ser capaces de frenar a tiempo las experiencias de abuso grandes o pequeñas que presenciamos o que nos tocan sin que esas experiencias de abuso, que pueden comenzar en la esfera de la conciencia o en la esfera del abuso de poder, terminen en esa tragedia tan tremenda que es el abuso sexual.
La cuestión del hecho de ser mujer, para mí es algo un poco paradojal, porque en el fondo yo no elegí ser mujer. A mí no me cabe ningún mérito, tampoco ninguna culpa. En esta decisión yo no tuve nada que ver, entonces sobre eso, así como sobre otras identidades que yo no elegí, como ser chilena, o ser baja…, se me ocurre que lo que yo sí puedo elegir es dónde poner esa identidad y al servicio de qué. Yo creo que la vocación del cristiano es poner sus propias identidades, cualquiera sean, al servicio de la justicia, si tú quieres en términos generales y al servicio en último término de la búsqueda del Reino, del poder soñar juntos y construir juntos ese proyecto que era el proyecto de Jesús.
En esa línea, y como estudiosa de la ética social, a mí no me es en absoluto indiferente la situación de las mujeres a nivel global y a nivel local. La situación de las mujeres nos tiene que dar que pensar como cristianos. Yo estoy dispuesta a trabajar a tiempo y a destiempo con todos los medios que yo posea, para buscar como sociedad y como iglesia una cultura del cuidado, una cultura del respeto, incluso una cultura de la ternura en línea con el papa Francisco en contraste con lo que muchas veces impera en nuestra sociedad, y ha imperado de hecho, que es una cultura de abuso y de encubrimiento como dice el papa, donde básicamente lo que yo veo es que muchas de nuestras instituciones no han sido capaces de ver que por encima de su fama, de su estatus, en fin, por encima de la institución está la dignidad de cada uno de los miembros singulares. Cada ser humano tiene una dignidad inalienable y una dignidad de hijo de Dios que tiene que ser respetada y cuidada. En términos más locales, a mí me importa muchísimo qué Iglesia católica habrá en 10 años más. Yo tengo dos hijos pequeños, uno de 5 y una de 3, y a mí no me da lo mismo la iglesia de la cual ellos van a ser parte. Pienso en los niños del futuro, pienso en los jóvenes que hoy día quieren ser parte de un proyecto comunitario de adhesión a Jesucristo, entonces creo que tenemos que ponernos las pilas y pensar que lo podemos hacer.
Por último no puedo dejar de hacer notar que la irrupción de la mujer como sujeto de derechos es bastante nueva en la ética, sea civil o religiosa, pero está muy consolidada. Hay muchos autores que dicen que si se quiere que mejore la calidad de vida de una familia, hay que focalizar las políticas públicas en las mujeres que son parte de esas familias. Este es un tema fascinante.
*Claudia Leal es laica, teóloga y académica de la Facultad de Teología UC. Doctora en teología moral.
“Todos los seres han sido mi madre en algún momento”[1]
Por Valeria Martins, laica parroquia San José de Libertad, Merlo
Le debo la fe a grandes mujeres. Mi madre, mis tías, vecinas, maestras, profesoras, catequistas, asesoras de pastoral juvenil, compañeras de camino y de búsquedas. Desde niña me han acercado a lo trascendental en gestos tan simples que una termina naturalizando, como darles un besito a las imágenes de Jesús o María, o rezar la oración al ángel de la guarda. Esas primeras experiencias de reconocimiento de lo divino en mi vida fueron abriéndome a lo sagrado como algo natural y propio. Pero, sobre todo, en mi experiencia “lo sagrado” siempre estuvo muy cerca de lo femenino. Será que las mujeres somos uterinas no solo en términos netamente biológicos, sino también en nuestra infinita y sagrada capacidad de acoger para dar vida; de recibir la vida como viene, misteriosamente donada, frágil, sin pedir muchas explicaciones. Somos uterinas porque nutrimos con todo lo que se necesita para vivir a quienes dejamos que reciban nuestra maternidad en su sentido más extenso y amplio. No solo las hijas o los hijos biológicos, sino toda aquella persona que descubre en nuestra mirada un abrazo cálido y misericordioso. Es desde esa misma capacidad uterina y defensora de la vida, desde allí mismo, que las mujeres han amado y sostenido la iglesia desde sus inicios y han trasmitido la fe a lo largo de las generaciones.
Miro a mi alrededor en cualquier actividad pastoral y veo mujeres. Muchas. Algunas muy queridas por mí. Maestras. Sabias. Ancestrales. Otras, jóvenes llenas de sueños, pujando una nueva vida por nacer, una nueva iglesia viva donde todas las personas seamos iguales. Ellas son mi esperanza. Creo que es posible y está naciendo una iglesia que valora a la mujer, la ama, la cuida, la respeta, la empodera, la coloca en igualdad con el varón, denuncia los abusos que contra ella se cometen, renuncia a sus machismos y estereotipos fosilizados y añejos, abraza a la mujer con los mismos cálidos brazos con que ella la ha abrazado durante siglos. Y en esa iglesia que yo sueño y estoy viendo nacer, los hombres aportan lo suyo. En ese complemento nos acercamos un poquito más al sueño de Dios: el amor sin distinción alguna. Creo que es necesario superar dualidades, especialmente cuando se plantean como opositoras o excluyentes. La mayor sabiduría de la naturaleza estriba en entender la vida como un todo indisoluble: “paradójicamente, el todo está contenido en cada parte, y sin embrago, ningún todo está completo en sí mismo.[2]” Mujeres y varones, la naturaleza entera, somos un todo. No es posible una fe o una iglesia completa si alguna de las partes de ese todo, falta. Y aquí es imperioso incluir y mencionar a las minorías sexuales que, por supuesto, forman parte de ese todo y plantearnos “un urgente pacto de ternura con la vida, si queremos seguir tejiendo la existencia sin exclusiones”[3]. Nuestra existencia como humanidad y la de la iglesia también.
El camino para lograr la igualdad es difícil y lento. Tenemos mucho que aprender. Y aprender, muchas veces, duele; porque implica renunciar a antiguas seguridades que parecían inexpugnables. Cuando esos pensamientos aparecen, no puedo hacer más que mirar a Jesús. Él, que es Dios, desbarató toda estructura opresora y dominante. Puso en el centro a quienes más sufrían, a las personas más relegadas de su tiempo (entre ellas, las mujeres). Tal vez para Jesús no fue fácil. Quizá no lo sea tampoco para quienes hoy queremos una Iglesia donde mujeres y varones seamos iguales, donde se terminen los privilegios absurdos y donde volvamos al evangelio para asumir con responsabilidad y compromiso el proyecto del Reino de Dios: amarnos, y desde ese amor llenar de vida cada vida. Que así sea.
Cuando la fe se hace adulta
*Por Aníbal Pastor N.
Cuando Pedro Azócar ss.cc., en los años 70 después del golpe militar, transitaba por los viejos pasillos de Parroquia Universitaria de Concepción, se quedaba observando nuestras quejas frente a incomprensiones de la jerarquía, sobre todo en su falta de compromiso con los derechos humanos. Se acercaba y nos exclamaba con potente voz: “Tienen que ser laicos adultos en la fe”. Y agregaba su saludo coloquial: “Arf!”, y se iba.
Por muchos años, aquella frase buscaba en esta generación una corporalidad histórica.
Entretanto, el joven sacerdote recién llegado de Lovaina, Cristián Llona ss.cc., refundaba en Concepción un movimiento laical para preparar profesionales comprometidos con la causa de los pobres. Así, la Asociación de Universitarios Católicos, AUC, fenecida con otros movimientos de la vieja Acción Católica para el golpe, renacía de la mano de los documentos de Medellín, los preparativos de Puebla, con la “Teología de la liberación” de Gustavo Gutiérrez, y con “La Nueva Conciencia de la Iglesia en América Latina” de Ronaldo Muñoz ss.cc., entre otros.
La formación que este laicado recibía no solo avanzaba en dar razón de la esperanza como en la Primera Carta de Pedro sino que también con la “revisión de vida” como método que aportaba al crecimiento de una conciencia crítica y en el compromiso con los derechos humanos siguiendo el modelo eclesiólogico del Vaticano II.La formulación “laicos adultos en la fe” tenía, entonces, un sentido de mayor compromiso social, político y eclesial.
Con el paso de los años, la frase de Pedro Azócar fue recordada cada vez que se hacía necesario enfrentar con valentía un tropiezo, una situación negativa, una discrepancia y… hasta un abuso de poder. De esta generación laical y profesional se nutrieron vicarías, obispados y conferencia episcopal, colegios religiosos y de los otros, hospitales públicos y clínicas privadas, el Estado, los municipios y las ONG, movimientos sociales y partidos políticos.
Hasta que la crisis de la iglesia chilena no podía ser más ocultada. Frente a la desazón, surgió la valentía profética. Frente a la falta de pastores, surgió el sacerdocio común, frente a la histórica marginación de la mujer, surgió otro “nunca más”.
El Sínodo Laical iniciado en este 2019, pasará a la historia no por ser inédito, nacional y autoconvocado, sino porque la iglesia en este tiempo de vacío fue alimentada por una espiritualidad laical que es fruto de una fe adulta, formada hace años por Pedro, Cristián, Mario, Enrique, Pablo, Esteban y Ronaldo junto a tantos otros, y con otras en otros lugares, quienes supieron mostrar al Mesías en el pesebre, y luego entregar las coordenadas del camino alternativo para continuar.
* El autor es laico formado por los SS.CC, desde hace 20 años participa con su esposa en una comunidad de base de la Red Laical de la Compañía de María, y ambos -junto a otros aucistas de los ‘70 y ‘80- fueron parte del equipo que organizó el reciente Sínodo Laical de Chile.
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[1]Enseñanza Budista. Kolbenschlag, p. 126.
[2]O´Murchu, p. 58. Citado por Ress Mary Judith: Sin visiones nos perdemos. Reflexiones sobre Teología Ecofeminista Latinoamericana. Colectivo Con-spirando. Santiago de Chile. 2012.
[3]Guerrero Arias, Patricio: Corazonar la dimensión política de la espiritualidad y la dimensión espiritual de la política. En “Alteridad 10”. Revista de Ciencias Humanas, Sociales y educación. Nº 10. 2011. Universidad Politécnica Salesiana del Ecuador.
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