Canonización de Damián de Molokai: ¿compromiso o farándula? Enrique Moreno Laval sscc Estamos a menos de siete meses de la canonización de nuestro hermano Damián de Molokai y ya, en muchos lugares de la Congregación, los preparativos para celebrar este acontecimiento han comenzado con toda celeridad. En Europa, especialmente en Bélgica, Francia y España, los grupos de viajeros a Roma para el domingo 11 de octubre de 2009, se están organizando sin perder un minuto de tiempo. En Estados Unidos la expectativa crece día a día, especialmente en el Estado de Hawai, y no se duda en decir que se trata de un santo estadounidense (hawaiano), “aunque haya nacido en Bélgica”. También entre nosotros, a más distancia geográfica, pero en plena cercanía de comunión, vamos preparando el corazón para ese acontecimiento que ya nos llena de entusiasmos y desafíos.
¿Por qué entusiasmos? Porque nos alegra el corazón este reconocimiento eclesial universal de uno de los nuestros, nuestro primer hermano reconocido como santo. No podemos disimular nuestro ambiente de fiesta por lo que viene y es justo que festejemos. Imagino que en todos los lugares del mundo donde esté nuestra Congregación de hermanos y hermanas, la celebración será hermosa, conmovedora, festiva. Nos vestiremos “de gloria” con las ropas de Damián.
¿Por qué desafíos? Porque – ¡cuidado! – ese entusiasmo se nos puede convertir en sentimiento frívolo y superficial, en vanidad fácil y orgullo engañoso, en farándula. ¿Podríamos acaso celebrar a Damián en su amor extremado por los más excluidos, mientras cómodamente repasamos su historia sin movernos de nuestras seguras instalaciones, sin arriesgar la vida por lo otros, buscando excusas para permanecer indiferentes, indolentes, ante el sufrimiento humano? Éste es nuestro desafío: dejarnos interpelar por Damián tan radicalmente como Damián se dejó interpelar por Jesús. Y tomar decisiones. Y arriesgar. Y darlo todo.
Si tan sólo nos contentamos con felicitarnos “con mano ajena”, de la mano de Damián, sin optar por los más pobres como él lo hizo, entonces que nos libre Dios de vernos transformados en otros simples comediantes como tantos. Porque la memoria de la entrega de Damián, a la manera de Jesús (“Los amó hasta el extremo”, Juan 13,1), sólo puede llenarnos de ganas de darlo todo por los pobres de la tierra, como lo hiciera Damián con los leprosos de Molokai.
Habrá que sacar las consecuencias. La primera, radicalizar nuestro compromiso evangélico sin excusas, siendo creativos y audaces para llevar a cabo gestos nuevos y significativos. Enseguida, velar (con estricta vigilancia interior) por hacer de esta fiesta una celebración sobria, austera, sin gastos extraordinarios, sin grandes viajes, a la manera como celebran los pobres sus fiestas. Finalmente, privarnos de admirar a Damián y de propagar su devoción si no somos capaces de seguirlo como él siguió a Jesús: con coherencia.
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