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Esteban Gumucio

Caras vemos, corazones no vemos

Alberto Toutin ss.cc.

En la entrevista realizada a Mons. Jorge Medina por el periodista Rodrigo Barría de la revista Caras, aparecida en la misa en la edición del día 27 de abril, Mons. es consultado sobre algunos temas de actualidad, en particular sobre la homosexualidad. A la pregunta si Mons. ha atendido espiritualmente a algún homosexual, responde: “Sí, y más de una vez. He tratado de ser acogedor  amable, pero sin disimular la verdad, como lo inculcan los documentos oficiales de la Iglesia en la materia. Es gente que sufre mucho. Digan lo que digan, ellos sienten que su situación no es normal. Hay que ayudarlos a sobrellevar ese peso, que yo lo compararía, por ejemplo, con un niño que nace sin un brazo. Es una desgracia y hay que asistir a ese niño para que su limitación no le impida llevar una vida lo más común posible.”

Algunos aspectos de esta respuesta me han suscitado algunas reflexiones que no tienen otra intención que contribuir a un diálogo al interior de nuestra Iglesia y de la sociedad sobre un tema tan sensible como es la realidad de los homosexuales.

En primer lugar, valoro que en el trato con las personas de esta condición que ha acompañado espiritualmente mons. Medina haya procurado ser acogedor y amable, así como sensible a lo que ha percibido en ellas como expresión de  su sufrimiento. Si bien en esta acogida no ha disimulado la verdad expresada en los documentos oficiales de la Iglesia, existe una verdad que es previa y más englobante que lo que señalan estos documentos sobre la homosexualidad y dice relación con la dignidad de la persona como tal y desde la perspectiva fundamental  dada por la fe recibida y compartida en la Iglesia católica, con la vocación a ser hijo, hija de Dios, hermanos, hermanas en Jesús. Esta verdad fundante constituye el núcleo antecedente respecto de lo que cada persona podrá decidir y devenir a lo largo de su historia. A la luz de este horizonte, es tan sugerente en los textos de los Evangelios, la práctica de Jesús para con las personas que le traen o que vienen a su encuentro. Su empatía, incluso su compasión, le hace ofrecer a diferentes tipos de personas una calidad de acogida en lo que son y desde dónde están. Una compasión que se traduce en una acogida y una atención incondicionales a las personas en las que Jesús ve precisamente lo que no es aparente, lo que está en el corazón, es decir, la fe, el fondo de bondad, el saberse perdonado ya por Dios, y desde allí las encamina a nuevos caminos, que por cierto, no es disimulando la verdad de que él ha venido por ellos, y que incluso, está dispuesto a dar la vida a favor de la multitud –ésa que tan a menudo lo siguió y rodeó. Es precisamente la compasión la que mueve a Jesús a acercarse, con lucidez y delicadeza, a los que precisamente su dolor, su hambre, o incluso su pecado, los tiene encerrados en sí mismo e indispuestos para que desde allí se abran al ofrecimiento de un Reino cuyo secreto es el amor de Dios Padre, al modo del Padre misericordioso de la parábola que antepone la verdad de su paternidad atenta y expectante y por ende de la filiación/fraternidad entre sus hijos y hermanos entre sí que la verdad de la ley y de cumplimiento o incluso de la condenación.

En segundo lugar, lamento que la forma de referirse a las personas de condición homosexual se las asimile a una “desgracia”, comparable “al nacimiento de un niño sin un brazo”, una “limitación” que dificultaría el llevar una vida lo más común posible. En la experiencia de acompañamiento de personas de esta condición, me han comentado que desde el despertar a la sexualidad descubren como lo normal para ellos su inclinación hacia las personas del mismo sexo. Lo más doloroso es empero su dificultad a que esta toma de conciencia progresiva pueda ser, en muchos casos, siquiera tematizado, por de pronto en el seno de un espacio de presunta incondicionalidad, como es en la realidad familiar, o compartida entre amigos más cercanos, todo ello para no hablar en el ambiente de trabajo o incluso en la Iglesia. Lo que esas personas experimentan como desgracia es además la cantidad de barreras defensivas y discriminadoras que existen en nuestro lenguaje, en nuestros comportamientos, en el humor las más de las veces cínico, que no les permiten decir lo que están sintiendo, sus anhelos y sueños, vividos desde esta sensibilidad, que por cierto es algo mucho más hondo que su “tendencia” y/o actos  homosexuales, pues residen en ese núcleo personal y englobante que es el corazón humano.

Por último, en el contexto de la actual crisis de credibilidad que experimentamos como Iglesia, con la consiguiente  dificultad para poder contribuir a los grandes temas de nuestra sociedad –entre otros,   la educación, la regionalización, la distribución de la riqueza, el aborto terapéutico y por cierto las discriminaciones de las personas por su condición sexual, socioeconómico o étnica, etc.– el tono con que Mons. Medina  se refiere a los homosexuales no ayuda ni a superar esta crisis ni menos a hacer brillar la verdad de la que somos portadores y servidores. En este contexto se hace necesario más bien  que nuestras opiniones sean expresadas, con claridad, sin disimular la verdad desde donde nos situamos para que nuestra posición brille por la fuerza de la argumentación, por riqueza de su humanismo evangélico, y al mismo tiempo, con delicadeza para con nuestros interlocutores, acogiendo su experiencia de vida, haciendo un esfuerzo paciente, atento y sereno por comprender la verdad que se encuentra en su punto de vista. Descuidar estas exigencias crispa las posiciones e indispone a una franca búsqueda de la verdad –búsqueda tan querida y tan urgente para quienes profesamos la fe en Jesús que se propone como la Vida, la Verdad y el Camino. A su escuela procuremos con nuestra inteligencia y sentido pastoral, que la verdad de humanidad plena que brilla en su persona Resucitada transite por caminos de escucha y diálogo y nos dispongan a cuidar y a promover la vida donde ésta se vea amenazada, empequeñecida o humillada. De este modo, la Iglesia que amamos, en su rica diversidad, podrá hacerse audible y creíble, en una sociedad también ella plural, contribuyendo como una voz entre otras a los urgentes debates que animan a nuestro país.

Alberto Toutin ss.cc.

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