Por Víctor Codina SJ
Es muy difícil pronosticar cuál va a ser el futuro de esta Iglesia tan pluralista, frente a la cual hay también diversas posturas en los responsables de la pastoral eclesial.
La cristiandad está en agonía, pero las agonías a veces son lentas y pueden durar un largo tiempo. Hay sectores de la Iglesia que añoran la época de cristiandad cuando los estados se proclamaban católicos, los templos estaban llenos, había numerosas vocaciones, los obispos normaban la vida pública con su magisterio, la institución eclesial gozaba de prestigio y sus dirigentes tenían plausibilidad social. Pero este mundo religioso del pasado es un imaginario que ya no es el actual, lucha por sobrevivir pero es algo residual. Pretender mantener artificialmente algo ya caduco, es falta de visión, querer apoyarse en los islotes de cristiandad todavía existentes para configurar el futuro es un anacronismo. Creer que el tsunami es pasajero, es cortedad mental, tarde o temprano, seguramente más temprano de lo que algunos piensan y desean, va a llegar al continente, ya ha llegado. Por esto los grupos más vivos y conscientes tanto de la Iglesia como de la sociedad van por otro camino y postulan otra configuración religiosa y eclesial
La incógnita y el desafío es cómo enfrentar esta situación que se nos avecina y cómo nos va a afectar y nos está ya afectando. El caer en catastrofismos no conduce a nada. Más bien hay que ver positivamente las posibilidades que se dibujan hacia la creación de una Iglesia de cristianos convencidos, una Iglesia Pueblo de Dios, toda ella ministerial y con pluralidad de ministerios ordenados para que nadie quede sin eucaristía, donde los laicos sean protagonistas de la nueva evangelización, que se priorice la experiencia personal del Señor, que deje de ser una Iglesia patriarcal y androcéntrica sino que las mujeres asuman el rol que el Señor les ha asignado en la historia de la salvación, una Iglesia descentralizada, dialogante con culturas y otras religiones, una Iglesia que siga las huellas de Jesús de Nazaret y su estilo de vida nazareno, humilde y pobre, sensible a los pobres y a los que sufren, una Iglesia que no priorice a los sectores burgueses de la sociedad sino a los últimos y marginados, una Iglesia servicial, nazarena no davídica, que anuncie el evangelio a todos sin imponerlo desde el poder, una Iglesia que prioriza la evangelización y la proclamación de la Palabra a la sacramentalización, que proclame un evangelio no del miedo sino del amor y del perdón, una Iglesia que descubra la presencia del Espíritu en la historia y en sus signos de vida, una Iglesia abierta al Reino y a su justicia, que anuncie la buena nueva de que Jesús ha vencido el pecado y la muerte y que Dios es el Padre de todos.
Esta que es la postura de los cristianos más lúcidos y de una gran mayoría de obispos por ejemplo en Aparecida, apostar por el futuro, por los grupos que siendo actualmente críticos sueñan que otro mundo es posible y que otra Iglesia es posible. El caos puede convertirse en kairós.
Pero todavía quedan interrogantes. ¿Cómo recoger toda la rica herencia del pasado sin desperdiciar lo positivo? ¿Cómo aprovechar lo profundo de la religiosidad popular que es la de los pobres, abriéndola al evangelio y al Reino de Dios? ¿Cómo asumir los valores de las culturas y religiones originarias, que son signos de la presencia del Espíritu?
Podemos seguir preguntándonos si hemos de ir construyendo una Iglesia de puertas cerradas, reducida a un pequeño núcleo de participantes y militantes conscientes y comprometidos o bien hemos de aceptar la coexistencia de algunos como círculos concéntricos, una Iglesia de puertas abiertas, del umbral, donde puedan convivir diferentes estilos y ritmos de fe y de religiosidad .
El Espíritu desborda la eclesialidad, nadie tiene su exclusiva, todos hemos de ir avanzando hacia adelante, practicando la justicia, amando con ternura y caminando humildemente hacia el Señor (Amós 6, 8), porque en última instancia lo definitivo no es la Iglesia sino el Reino de Dios que el Espíritu va realizando, aunque muchas veces nosotros no sepamos ni de dónde viene ni adónde va (Juan 3, 8).
Nota: Este escrito corresponde a la parte final de una exposición de Víctor Codina en el Congreso de Vida Religiosa, en Santiago de Chile, el 20 de mayo de 2011.
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