Por Sergio Silva G. sscc
Un grupo de jóvenes propuso celebrar un encuentro masivo en la Plaza Italia el próximo sábado 15 de octubre, para manifestar públicamente la alegría de ser católico. Me parece interesante que el origen de la propuesta no sea clerical; podría ser un síntoma de que hay laicos que se van tomando en serio su fe y su papel dentro de la Iglesia. Y es hermoso que el tema sea la alegría de la fe, un aspecto que en el Nuevo Testamento tiene mucha fuerza, pero que –por diversas razones- ha tendido a desparecer del cristianismo vivido y proclamado en los últimos siglos.
Sin embargo, como toda acción humana, esta propuesta tiene inevitablemente algo de ambigüedad. Creo que es bueno tenerla presente, para poder asumirla con lucidez, si uno decide ir a este encuentro. Las fuentes de ambigüedad son diversas.
En primer lugar, el contexto de la Iglesia. Hemos estado viviendo momentos de gran cuestionamiento público, provocados fundamentalmente por conductas aberrantes de clérigos. En Chile, el nombre de Karadima es emblemático. Este encuentro puede ser visto como una especie de reafirmación pública, que no se hace cargo del problema; como una especie de “¿Y qué?”
Luego está el contexto social, marcado por la rebelión de los estudiantes, que se manifiesta en marchas y concentraciones públicas, algunas de ellas del mismo estilo de la que se propone. De nuevo, ¿hay aquí un desconocimiento voluntario del problema estudiantil? A esto se añade que casi siempre los grupos de encapuchados aprovechan estas marchas y concentraciones para hacer de las suyas, siendo muy difícil controlarlos. ¿Cómo se hará en este caso, si ellos intentan hacer su juego? ¿Se usará la violencia?
Es más, estas manifestaciones estudiantiles quieren ser una demostración de fuerza, quieren hacerle ver al Gobierno el poder que hay en las demandas; incluso quieren imponerle su agenda y sus objetivos. ¿Cómo harán los organizadores para que no se vea en este Encuentro el deseo de manifestar el poder del catolicismo en nuestra sociedad?
Y se da precisamente en un momento –que no era previsible cuando se propuso la idea- en que varias Iglesias, incluida la católica, entran en una lucha frontal contra dos iniciativas legales del Gobierno, referidas a la sexualidad (Acuerdo de Vida en Pareja) y a la vida (Aborto terapéutico). ¿Permiten estas circunstancias y este contexto expresar de esta manera la alegría de la fe? ¿Es una expresión adecuada? ¿O se corre un riesgo muy serio de deformarla ante la opinión pública?
Pienso, por último, que la ambigüedad de fondo se sitúa en la manera de entender la presencia de la Iglesia en el mundo de hoy y su servicio a él. Porque seguimos con resabios del viejo régimen de cristiandad, en que Iglesia y sociedad eran lo mismo, de manera que el ámbito público de la sociedad era el de la Iglesia. Preferiría que las manifestaciones públicas de la alegría de ser católico fueran por la línea del servicio a las necesidades reales de la gente de hoy, inspirados en el servicio de Jesús a los enfermos, los hambrientos y los marginados de su tiempo. Más que por estas reafirmaciones públicas de nuestra fuerza institucional.
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