«…No hay dudas que el actual modelo de gestión de las migraciones conlleva graves violaciones a los derechos humanos y origina enormes grados de sufrimientos en las personas que buscan posibilidades de una vida más digna».
Por Nicolás Viel ss.cc.
He tenido la posibilidad de visitar algunos días la ciudad de Ceuta, ciudad española en la orilla africana del estrecho de Gibraltar. La ciudad tiene una ubicación estratégica como centro de comunicaciones entre el mar Mediterráneo y el océano Atlántico. Hace algunos meses Ceuta estuvo en el foco de la prensa mundial y en la mira de muchos organismos internacionales de Derechos Humanos por los hechos acontecidos el pasado 6 de febrero de 2014 en la playa del Tarajal, donde murieron al menos 15 jóvenes subsaharianos durante la actuación de la Guardia Civil para evitar un intento de entrada por vías irregulares a territorio español.
Para quienes llevan años acompañando esta realidad las muertes del 6 de febrero no son un hecho aislado o un accidente sino la consecuencia directa de dos décadas de procedimientos políticos, jurídicos y policiales de control de fronteras de Ceuta y Melilla marcados por una permanente vulneración de los Derechos fundamentales y por la utilización de métodos para impedir la entrada que ponen en riesgo la vida y la integridad de los migrantes.
En los años 90 se comenzaron a construir las vallas en las fronteras de Ceuta y Melilla con el objeto de impedir el acceso al territorio español. Las vallas son una de las fronteras más vigiladas del mundo y cuentan con un sofisticado sistema tecnológico. La valla de Ceuta alcanza los 8,3 km y tres metros de altura, en cambio, la valla de Melilla alcanza los 12 km. Las fronteras de Ceuta y Melilla son denominadas por algunos analistas como «fronteras de fronteras», ya que constituyen los únicos fragmentos territoriales de la Unión Europea en el continente africano. Estas ciudades separan dos países, dos continentes, dos religiones, dos mundos . «En Ceuta y Melilla Europa y África se mezclan indisolublemente».
El endurecimiento de la políticas españolas con respecto a los inmigrantes que intentan entrar a Ceuta y Melilla parece responder a un supuesto temor de una «invasión subsahariana». Las vallas buscan resguardar «la seguridad nacional» a costa de una grave violación de Derechos Humanos que va más allá de un simple control de fronteras. El problema de fondo tiene que ver con la falta de perspectiva de miles de jóvenes africanos y los conflictos y guerras que han provocado decenas de desplazados en medio de una situación de absoluta desesperación.
La situación de Ceuta y Melilla no ha sabido ser asumida de una forma efectiva ni por
España ni por la Unión Europea. La respuesta siempre ha sido la misma; refuerzo del control fronterizo, despliegue policial y militar, vallas cada vez más ltas y complejas, implementaciones de nuevos sistemas tecnológicos, en definitiva, millones de euros invertidos. No hay dudas que el actual modelo de gestión de las migraciones conlleva graves violaciones a los derechos humanos y origina enormes grados de sufrimientos en las personas que buscan posibilidades de una vida más digna.
En medio de esta dura realidad, viven en una sencilla comunidad Paula y Candelaria; religiosas Vedrunas que llevan muchos años compartiendo y trabajando con los jóvenes migrantes. La sencilla casa en la que viven se convierte por las mañanas en centro de capacitación y por las tardes en escuela de español para los más de 50 jóvenes que acuden día a día. La comunidad de estas hermanas es un espacio de dignidad y reconocimiento; un lugar sencillo en el cual confluyen diversos grupos de Iglesia, en definitiva, un espacio de encuentro y servicio. Esta pequeña comunidad es una respuesta de humanidad a la incongruencia de las vallas, la seguridad y el trato de «ilegales» a estos hermanos pobres que buscan un nuevo horizonte para sus vidas.
La presencia sencilla de estas religiosas y el compromiso de sus voluntarios constituyen una respuesta desde el evangelio al fenómeno estructural de las migraciones, que da cuenta de las enormes desigualdades de nuestro planeta. La comunidad de estas hermanas es una denuncia profética frente a una política inhumana e ilegal y frente a un modelo de represión y control policial que es incapaz de dar cuenta de la realidad del fenómeno migratorio. Es un ejemplo más de la frontera infranqueable entre los ricos y los pobres.
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