La Iglesia que no es noticia Por Enrique Moreno Laval sscc “Siempre me ha molestado un cierto estilo empalagoso y un tono poco viril y nada directo con que algunos sacerdotes y autoridades eclesiásticas elaboran sus prédicas y hacen sus declaraciones. Me he preguntado si ese tipo de lenguaje tiene que ver con la diplomacia vaticana, caracterizada por un histórico apego a una prudencia muchas veces laberíntica”.
Así comienza una interesante columna de opinión escrita por Cristián Warnken el pasado 3 de marzo de 2011 (El Mercurio). Con la agudeza que lo caracteriza, y con buen estilo, el autor titula su escrito “En el principio era la verdad”. Critica en su contenido principal el ocultamiento de la verdad, el desprolijo manejo y las ambigüedades aún persistentes en un cierto nivel de Iglesia, a propósito del caso Karadima y sus derivaciones.
No deseo referirme al tema de fondo, extensamente tratado en el último tiempo, sino a un tema colateral que se desprende de la cita del primer párrafo del texto de Warnken. Me refiero a la impresión, muy arraigada en la opinión pública, de que finalmente “eso” es la Iglesia. Y si es así, si la Iglesia es sólo “eso”, merece una crítica radical y despiadada, un desprecio incluso, por su falta de transparencia y finalmente de coherencia.
Pero se silencia el otro nivel de Iglesia. El nivel de la base cristiana donde se construye, se vive y se celebra la Iglesia de todos los días. La Iglesia-Pueblo de Dios, enraizada mayoritariamente en sectores populares, que en Chile y el resto de América Latina se esfuerza por vivir y dar testimonio de un seguimiento sencillo del señor Jesús y su Evangelio. Allí donde los laicos tienen palabra y la dicen, y la llevan a la práctica a través de innumerables iniciativas de organización y solidaridad. Allí donde hay pastores que se esmeran por ser hermanos y son cuidadosos de la comunión y de la participación, sin permitir que su investidura se contamine con las tentaciones del poder. Allí donde los pobres tienen su lugar y se sienten en casa.
Es una pena (y una pérdida para la opinión pública) que esta otra realidad de Iglesia no sea noticia. Difícilmente se encontrará en ella el “estilo empalagoso” que bien critica Warnken, o la “diplomacia vaticana” que no sólo a él le molesta. No es que se trate de idealizar nuestras comunidades de base, porque también sufrimos en ellas limitaciones y dificultades, sino de hacer sentir que esta Iglesia existe, que esta Iglesia está viva, que esta Iglesia se empeña por heredar el estilo directo de Jesús, y que es esta Iglesia la que tiene futuro.
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