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La memoria de Rodrigo y Carmen Gloria

Por Percival Cowley ss.cc.

Se me ha pedido que escriba unas líneas sobre la experiencia vivida en torno a los tristes sucesos de la quema de dos jóvenes en Santiago en tiempos de la dictadura. Se me ha dicho “que sería lindo una mirada más personal y desde que le toco vivir” para el blog “Con olor a oveja”. Allá voy.

Permanecen vivos en mi memoria los acontecimientos de esos días. Esa tarde, habían llevado a Rodrigo Rojas a la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. Desde allá me llamó Máximo Pacheco para pedirme fuera de inmediato al lugar a rezar un responso por el joven asesinado. Encontré que la situación era tan dramática que no era posible rezar el responso habitual. Requería algo especial. Al día siguiente, en la mañana, teníamos reunión con los obispos de la comisión pastoral del Episcopado, que terminaba a las 13 horas. Me comprometía  a estar, recién pasada esa hora, en el sitio del responso. De hecho, la Comisión Nacional funciona muy cerca de la Conferencia Episcopal (CECH).

Impactado por los acontecimientos y el dolor por los extremos de barbarie en que habíamos caído y en espíritu de oración, escribí lo que podría ser una oración de despedida.

Terminada la reunión con los obispos les conté a donde iba. Varios quisieron acompañarme, ante lo cual les ofrecí el texto del responso especial que había preparado. No quisieron hacerlo. Ellos no querían hacer otra cosa que manifestar su dolor y acercarse como un hermanos más a quien estaba sufriendo.

Éramos un grupo relativamente pequeño. El espacio, convertido en velatorio, no daba para más. El silencio estaba lleno de significados. La oración era profunda.

Hay dos recuerdos que creo nunca olvidaré. Durante la oración de responso, las lágrimas de monseñor Sergio ContrerasN., a la sazón obispo de Temuco y secretario general de la CECH.

Era uno de esos pastores, con olor a oveja, que nos seguirá siendo testigos de una Iglesia sencilla, acogedora, hermana.



Entre tanto, Carmen Gloria Quintana se debatía entre la vida y la muerte, acompañada de una manera sabia y generosa por el doctor Jorge Villegas, quien operó un verdadero milagro en el rostro de esta joven; el milagro de un médico de vocación  y de un artista del amor. Todos los domingos rezábamos por Carmen Gloria y su médico en las eucaristías de la Parroquia Universitaria. Alguna vez llegó a acompañarnos el doctor Villegas y más adelante, cuando ya pudo hacerlo, Carmen Gloria.


Y quizá, algo aprendido acerca de lo vivido es para tantos jóvenes- y algunos no tanto- que nunca se debe ir más allá de lo posible, las consecuencias, como fue y sigue siendo, las pagarán siempre los más pobres.

Por eso: ¡Nunca más!

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