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Esteban Gumucio

La pequeñez evangélica de Clotario Blest y los 40 años del Golpe


Por Paulo Alvarez

Clotario Blest Riffo (1899-1990) nació y se crió en un contexto de privaciones donde la primera preocupación fue la subsistencia, el pan nuestro de cada día. Su trayectoria de vida está marcada por el rigor, por su opción de seguir las huellas de Jesús el Nazareno, por la entrega a los trabajadores y por un compromiso irrestricto con los valores que le dan dignidad a la vida, defendiendo ésta por sobre cualquier cosa. En particular en los no pocos momentos en que la vida se hipotecó en Chile, exponiendo, como de costumbre, la existencia de los hombres y mujeres que históricamente constituyen la muchedumbre del país.

En las horas terribles de este país, Clotario Blest optó, no sin contradicciones ni temores. Optó por jugarse entero y sin tibiezas por los oprimidos de ayer y de hoy, oponiéndose al sistema de muerte, incluso a riesgo de su vida. A contracorriente de las definiciones del poder y de los beneficios personales, que le hubiesen dado una posición más cómoda y segura. Se la jugó por hacer entre los más, el inusual ejercicio de la justicia social.

Antecedentes al respecto no faltan. En 1924 fue parte de la escasa concurrencia que en definitiva respondió al llamado realizado por el líder sindical Luis Emilio Recabarren con objeto de alertar a la sociedad chilena del peligro de una posible dictadura, luego del golpe provocado por la oficialidad joven del ejército. Acto que terminó en un profundo fracaso, dando pábulo al suicidio de Recabarren.

A contracorriente de las prácticas divisionistas en el seno del mundo obrero, del levantamiento de una bandera partidista, de la intervención estatal que habían provocado entre otras cosas que los trabajadores estuvieran sumergidos en luchas marcadas por el fracaso, levantó la ANEF (Asociación de Empleados Fiscales) y años más tarde la CUT (Central Unitaria de trabajadores).

Pronto su figura se volverá incómoda no solo para el poder estatal (quien lo encarcelará en más de veinte ocasiones) sino para toda forma de ser y hacer falaz, tibia y desleal. Quizá eso explica que no sólo desde el gobierno haya sido maltratado y acusado de todo para desacreditar su inclaudicable persistencia humanista, su condición cristiana y opción temprana por la vía no violenta que Gandhi había promovido. También desde el mundo de los trabajadores fue tratado con desdén acusándolo incluso de traidor.

A partir del 11 de septiembre de 1973, Clotario Blest levanta la primera organización de derechos humanos del país (CODEHS) teniendo especial cercanía con los familiares de detenidos desaparecidos, donde abundaban las mujeres, con quienes se hace compañero de camino y de lucha. En cada acto de denuncia contra el régimen está; encadenándose junto a ellas en las rejas del ex congreso nacional, orando sobre los hornos de Lonquén, participando de las movilizaciones de protestas durante la década de los ochenta, llamando la atención (1988 y 1989) a quienes quisieran escuchar que no se podía pactar la democracia a través de plebiscitos negociados.

Don Clotario intentaba ser coherente con lo que él mismo había declarado años atrás cuando se inició la dictadura militar “Sentí, además que desde el comienzo de este drama mi deber era no esconderme ni asilarme, sino quedarme en Chile, ayudando a los perseguidos que pudiera y como lo manda Cristo (…) Me hice una promesa al día siguiente: mientras durara esta tiranía no me cortaría más la barba (…) nunca Chile había pasado por una dictadura tan implacable y feroz como esta (…) la tortura es peor que la muerte, pues se muere moralmente” (Echeverría, 1993).

Cuando se terminó la dictadura y se reiniciaron las instituciones democráticas Clotario apenas se recortó la barba. Este septiembre recién pasado se acaban de cumplir cuarenta años de la imagen más duradera de la memoria colectiva del Chile actual. Como nunca antes la memoria, esa misma que se forjó entre la obstinación y una alteridad negada como comunidad país, fluyó sin las contenciones de siempre. Es decir sin los miedos, represiones y (auto)censuras que hasta ahora arrastraba.

Ver y sentir el Chile actual, es internalizarse en las contradicciones de una memoria que deviene desgarrada, a la vez que esperanzadora de un país marcado por el crecimiento sin distribución y la neoliberalización de la economía, política y prácticas sociales, a la vez que una parte mayoritaria de la sociedad demanda por un país más democrático, en dignidad e igualdad de condiciones vividas como derecho, entre las cuales la verdad y la justicia se impongan.

En medio de tantas cosas rotas, parece que el rostro de este hombre diminuto físicamente, no obstante su inmenso coraje, nos interpela.

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