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Esteban Gumucio

La rabia acumulada

*Por Raimundo Montero

La Décima Región está movilizada, la gente está en la calle. Un gran grupo de pescadores, feriantes y trabajadores(as) de diversos rubros se manifiestan en estos momentos fuera de la intendencia en Puerto Montt, pasaron allí la noche. Muchos otros hacen lo mismo en diversos puntos de Calbuco, Maullín y principalmente, Chiloé.

Los moviliza la urgencia de no tener qué comer, pero sobre todo, los mueve la rabia acumulada por años de sentirse pasados a llevar.

Los efectos de la toxina paralizante –un tipo inédito de “marea roja”- han sido devastadores. Relatos de habitantes de diversos puntos de la región lo señalan con crudeza. Hay animales muertos en todos lados, entre otros muchos signos que evidencian un gran desastre.

La versión oficial dada por el gobierno y empresarios del salmón habla de causas naturales, producidas por el calentamiento del agua, lo que habría favorecido el florecimiento del alga.

Otras versiones desmienten esta teoría y apuntan directamente al derrame de toneladas de salmón envenenado al mar en las últimas semanas, por lo menos como una gran y verosímil posibilidad.

¿Quién tiene la razón? No pareciera poder resolverse el punto con los datos existentes, de manera científica.


Las personas afectadas demandan apoyo del gobierno.

Lo que se ha prometido hasta ahora les parece absurdo. “Tengo que alimentar a una familia entera, ¿qué hago con esa plata?”, me dice una amiga, feriante de Angelmó.

El gobierno ha prometido buscar las maneras adecuadas de apoyar más enérgicamente, a pesar de algunas declaraciones desafortunadas. El ministro de economía ha manifestado apertura al diálogo, siempre que haya un “ambiente de normalidad”.

Ahora bien, ¿están los pescadores y trabajadores afectados pidiendo más dinero, únicamente?

Claramente no. El dinero y los salvatajes de canastas de alimentos son sólo una de las cosas que se exigen.


Hoy los pescadores, mariscadores -y muchos otros trabajadores y trabajadoras de la cadena de extracción, venta y consumo de estos productos del mar- se sienten desprotegidos frente a la irrupción de grandes empresas que se instalan a extraer compulsivamente.

Es una rabia acumulada por años.

Es cierto, la evidencia científica tal vez no pueda, en este caso, establecer relación directa entre el manejo sanitario de las grandes salmoneras y la toxina paralizante. Pero las nefastas consecuencias medioambientales del uso indiscriminado de los recursos marinos son ampliamente conocidas. No hace falta ser experto en sanidad medioambiental para advertirlo.

En el grito desesperado de los miles de habitantes de la región que están en las calles, se escucha de fondo un llamado enérgico a recuperar un sistema solidario y respetuoso de la extracción de recursos marinos. Las imágenes de los salmones muertos vertidos al mar golpea en las retinas, como intentando despertarnos de una realidad que hemos construido entre muchos, mediante una férrea aceptación y defensa de un paradigma tecnocrático y de consumo masivo, que entiende a nuestro planeta sólo como una gran fuente de riqueza económica.

Los trabajadores(as) reunidos en estos momentos en la intendencia de Puerto Montt me cuentan que desde hace mucho tiempo se pide mayor regulación sanitaria y laboral para estas grandes empresas, pero que no ha pasado nada.


El

papa Francisco ya nos advertía que “cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante los intereses del mercado divinizado, convertidos en regla absoluta”. Es tarea de todos(as) ser decididos y consistentes en proponer algo diferente. Las salmoneras parecieran ser sólo un síntoma, en una sociedad que parece haber sucumbido a la seducción del consumo fácil y rápido, que no mira las consecuencias que tienen sus acciones en el medio ambiente, y en la que cada proyecto personal pareciera prevalecer frente a lo comunitario. Los proyectos particulares nunca pueden desarrollarse de espaldas a la comunidad y eso es algo en lo que todos(as) tenemos una responsabilidad importante.

Pero hay signos de esperanza. Mi amiga me dice que, a pesar de todo, están de buen ánimo. Me cuenta que, sin saber bien la razón, estar ahí compartiendo una olla común y pasando la noche juntos, les ha devuelto dignidad. “Lo único que podemos hacer es estar juntos, y eso nos anima”. ¿Será esa la respuesta que necesitamos?

*Raimundo Montero es Psicólogo y profesor del colegio jesuita San Javier, en la X Regíón, Chile.

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