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Esteban Gumucio

LA VERDAD EN LA IGLESIA

Maciel y la verdad en la Iglesia

Por Sergio Pérez de Arce sscc

Los que vimos el programa Informe Especial, el 19 y 22 de agosto, dedicado a las denuncias de pederastia contra Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, quedamos choqueados. No porque no supiéramos nada (desde hace años que se escuchaban denuncias), sino por la crudeza de los hechos y la seriedad de los testigos. Es evidente que estos hechos, denunciados ya en la década de los ‘50, se realizaron y se mantuvieron en el tiempo, contando con la complicidad de otras personas. Son hechos muy grotescos, que afectaron no a una, sino a muchas víctimas en varios países. Con o sin intención dolosa, hubo miembros de la Iglesia que contribuyeron al ocultamiento y a la relativización de los hechos, tanto al interior de los Legionarios como en los más altos niveles de la jerarquía vaticana. Más aún, la misma Congregación de los Legionarios, con su gran culto a la personalidad del Fundador y otras prácticas formativas de dudoso espíritu evangélico, contribuyó a crear un ambiente donde estos hechos fueron posibles. Es duro constatar que tuvieron que pasar 50 años desde las primeras denuncias, para que los hechos delatados fueran aceptados como reales por la Iglesia y se aplicara alguna sanción. ¡Demasiados años! Y más duro aún es recordar que el ahora fallecido Fundador, y toda la Congregación de los Legionarios, ha contado hasta hace poco con el aprecio incondicional de importantes miembros de la Jerarquía y del mismo Papa Juan Pablo II. Difícil negar que este apoyo haya significado una cierta complicidad con los hechos. Hay que valorar la nueva actitud que se tiene desde hace algunos años con temas tan sensibles como los abusos sexuales. Pero la Iglesia tiene que crecer todavía mucho más en el amor a la verdad y en un modo de vivir absolutamente transparente, en todos los temas: comportamiento de sus miembros, finanzas, nombramiento de obispos, estilos de formación, etc. A algunos en la Iglesia les gusta hablar mucho de la verdad (¡la verdad que propone el evangelio, por cierto!), pero la verdad es también una cuestión ética que tiene que permear todas nuestras prácticas. La verdad de Cristo, tal como él la enseño y la practicó, debe permear la vida de su comunidad: de sus miembros y de sus estructuras. No hay razón o causa que pueda justificar un ocultamiento de hechos inmorales o ajenos al espíritu cristiano: ni el prestigio institucional, ni el sostenimiento de la Iglesia, ni el éxito (aparente) de las iniciativas evangelizadoras, ni la necesidad de tener sacerdotes, etc. Nada, absolutamente nada, puede ser más importante que el apego irrestricto a los valores del Reino. Sólo la verdad nos hace libres. “No hay nada oculto que no vaya a manifestarse, nada secreto que no vaya a saberse” (Mt 10, 26). Esperemos que este triste episodio contribuya a la auténtica conversión de todos nosotros y de toda la Iglesia. Y que quienes pertenecen o se sienten vinculados a los Legionarios de Cristo, que son nuestros hermanos en la fe, lejos de relativizar todo lo sucedido, emprendan decididamente un camino de mayor centramiento en Jesús y su Reinado. El desafío es siempre, para toda la Iglesia, recomenzar desde Cristo.

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