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Esteban Gumucio

Mis huellas en Malvinas

Por Matías Valenzuela ss.cc.

El 2 de abril de 1982, cuando se inició la guerra de las Malvinas, tenía nueve años y vivía en Chile, pero recuerdo que me impactó mucho la noticia de que los ingleses hubieran hundido un barco argentino, el ARA General Belgrano. De alguna manera me conectó con la realidad de la guerra y la violencia que provoca muertes masivamente. También supe de los jóvenes soldados argentinos que murieron en las islas y del dolor que ello provocó en el pueblo trasandino.

Lo que en esa época no supe es que la guerra fue declarada por una dictadura militar que muy probablemente buscaba ganar apoyo en la ciudadanía a través de una dolorosa hazaña que más tarde se mostró en su irracionalidad. Tampoco supe que muchos de los combatientes argentinos muertos en las islas permanecieron enterrados como soldados desconocidos, ya que después de la guerra se hizo impracticable la identificación de los cuerpos, generando un doble dolor en sus familiares y en muchas personas que acompañaron a las víctimas.

Hay algo en las guerras, así como en las heridas personales, que permanece vivo. Son realidades muchas veces invisibles, pero que están latentes. Se llevan en el corazón como las penas más profundas y es necesario buscar las maneras de expresarlas y hacer memoria. Es un modo esencial para sanar y vivir el duelo. Es necesario para expresar y dejarse acompañar en el dolor de la pérdida, en el fracaso y en las fracturas de la vida. También es una manera de elaborar lo vivido expresando a través del lenguaje, posibles lecturas de lo ocurrido, aunque no siempre logren transmitir un sentido al sinsentido, al menos pueden expresar la realidad de la injusticia y la solidaridad con los que la han sufrido. El gesto de hacer memoria hace que las víctimas no se sientan solas sino que acompañadas por los que sin haber vivido el acontecimiento en carne propia pueden decirle: estamos contigo, a tu lado, te reconocemos. Eso también es sanador. Así lo sienten y lo han expresado muchos excombatientes de Malvinas.

Insisto en eso que ocurre con una guerra, con lo que deja abierto, que probablemente no es reparado sino en muchas generaciones, si es que llega a serlo alguna vez. En mi caso, que soy chileno, puedo hablar de dos guerras en la tierra a la que pertenezco, la guerra del Pacífico con la confederación Perú-Boliviana y la guerra de Arauco contra el pueblo mapuche, que llevó la anexión de sus territorios a la república de Chile. La superación de esos procesos bélicos es mucho más lenta de lo que podríamos suponer. Quedan en el imaginario de los pueblos, que se expresan en sus relaciones y un sus dificultades para hacer camino conjunto. Además, muchas veces el resultado de la guerra se prolonga en un sometimiento injusto, como ha sucedido en el caso del pueblo mapuche que no descansa en su empeño por el reconocimiento y la recuperación de lo que ancestralmente fue su tierra.

Así las cosas, el viernes 6 de abril de este año 2018 en la Secundaria de la Escuela San José de Libertad, ubicada en el conurbano bonaerense, en el municipio de Merlo, se realizó el acto de aniversario de la guerra de las Malvinas. Ocurrió que ese día había una llovizna persistente y se consultó si realizar o no el acto. Los jóvenes dijeron que ellos deseaban llevarlo adelante con o sin lluvia, porque si sus compatriotas se habían entregado en condiciones muchísimo más difíciles por cumplir con un deber hacia la patria, cómo no se iba a conmemorar su vida y su muerte con igual coraje, asumiendo un pequeño sacrificio. Eso llevó a que el acto fuera conmovedor, hasta el punto que un ex combatiente que presenció al acto planteó a la escuela la idea de que los jóvenes fueran a visitar Malvinas en conjunto con una fundación que se ha dedicado a colaborar en el reconocimiento de la identidad de los soldados caídos y en el acompañamiento de sus familias.

El proyecto entusiasmó mucho a nuestros estudiantes, formándose un grupo de más o menos veinte chicos y chicas, entre quinto y sexto de secundaria que se embarcaron en esta odisea. Así conocimos a Julio Aro, de la fundación “No me olvides”, un excombatiente que nos vino a contar su sueño y cómo lo había hecho realidad. Julio en conjunto con un militar británico Geoffrey Cardozo, fueron avanzando en este proceso llevado con suma humanidad y cuidado. Es destacable el papel de Geoffrey porque él inmediatamente terminado el conflicto se dedicó al entierro de los cuerpos y lo hizo de tal modo que guardó todas sus pertenencias y con varias capas de aislación térmica. Lo hizo como si estuviera pensando en las madres que debían algún día reencontrarse con sus hijos. Ello permitió que 36 años después sus cuerpos fueran identificados y enterrados con un nombre y a la vez, ser saludados y honrados por sus seres queridos.

Durante el año el grupo se ha esforzado mucho en la recolección de fondos y en la difusión de la iniciativa. Entre otras cosas fueron al Municipio de Merlo y tomaron contacto con el Intendente Gustavo Menéndez quien felicitó la iniciativa y ofreció su apoyo a los jóvenes.

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