“Me estremecieron mujeres
que la historia anotó entre laureles
y otras desconocidas gigantes
que no hay libro que las aguante”
Silvio Rodríguez.
**Por Juan Pablo Belair Moreno
Lo siento
Decir lo siento, es poner en lenguaje lo que en cuerpo y alma nos sucede frente a alguna situación que inflige dolor a otro. No es una simple expresión. Sentimos cuando resonamos al sentir de otro, y de ese modo, legitimamos el dolor como si fuera propio.
De pequeño miraba a mi madre regresar del trabajo, cansada por el esfuerzo del día pero con la tierna premura de llegar rápidamente a casa para darnos la cena, preparar el almuerzo del día siguiente, revisar las tareas del colegio, lavar lo urgente y planchar lo necesario para nosotros, incluido mi padre que llegaba muy tarde directamente a acostarse. Con el tiempo supe que en la organización que trabajaba nunca tuvo contrato y que su sueldo era miserable (mucho menor al de su compañero varón en igual cargo), pero según ella, al menos servía para ayudar en la casa. Aun así, mi padre decidió que era mejor que no trabajara, que se quedara en la casa cuidando a los hijos y haciéndose cargo de las tareas domésticas. Aún siento en mi corazón lo que sentía en esos días: amor absoluto por ella y una sensación de injusticia que no sabía explicar entonces pero que muchas veces se manifestó en un llanto nocturno que más de alguna vez ella aquietó con su presencia inmediata. Hoy, mi madre ya es mayor, vive sola desde que se separó de mi padre, y pese a haber trabajado toda su vida, en una empresa y en la casa, no recibe jubilación alguna. Hoy, siento mucho que mi madre no haya podido desarrollar su vocación de enfermera o su tremendo talento por el arte: ambas ocupaciones imposibles por su ser mujer.
Perdóname
Escribo en google “matanzas de mujeres” y aparecen cerca de 674.000 resultados (en 0,32 segundos). No es un record muy alentador –pienso. Aparecen las dos mendocinas recientemente asesinadas en Montañita, Ecuador; muchas noticias sobre la matanza de mujeres en Siria; los femicidios en Ciudad Juárez; los campos de exterminio nazi solo para mujeres. No quise continuar con el ejercicio. No se trata de buscar sino de hacer conciencia. Me pregunto: ¿Cuántas matanzas y persecuciones adicionales a estas quedaron en el olvido a lo largo de nuestra historia? Porque no hubo registros, porque quisieron acallar los crímenes, porque la historia la escribieron los hombres o porque simplemente no importaba, eran mujeres ¿Por qué existe una tipificación criminal específica llamada femicidio? Y que refiere “al asesinato de mujeres por parte de hombres que las matan por el hecho de ser mujeres” ¿Por qué existe la misoginia? ¿Cómo es que un varón puede llegar a despreciar y odiar a las mujeres? ¿Por qué hemos construido una sociedad donde el sexismo es un eje maestro donde cierta masa crítica de varones se siente superior a las mujeres y por ello se arroga el derecho de terminar con sus vidas?
Pedir perdón es un acto del habla cuyo poder permite recomponer el daño, unir con los materiales más nobles lo que se ha quebrado, tal cual como sucede con la artesanía milenaria del Kinsugi en Japón. El objeto de valor que se quiebra, en vez de desecharlo como suele hacerse en la actualidad, se vuelve a unir con maestría, cada una de las piezas rotas con oro, por ejemplo. Así, la pieza no solo vuelve a estar utilizable, sino que adquiere mayor valor que antes, pero además, el objeto nunca volverá a quebrarse por la misma juntura refaccionada. Pedir perdón es un acto del habla pero que viene del corazón.
Mujer, a ti hoy día y a través de cada una de tus células a las mujeres del pasado que están en ti y a las que vendrán después de ti. Te pido perdón por no verte, por no valorarte, por tratarte como objeto, por hacer chistes (o reírme de ellos) y usar un lenguaje que te menoscaba en tu condición de mujer, en la casa, en el trabajo, en la calle. Mujer, perdón por siglos y siglos de persecución y muerte por el solo hecho de ser mujer. Perdón por ese día a día donde no honro tu presencia femenina. Como hombre te pido por favor que nos perdones.
Te amo
Mujer, declaro mi amor hacia ti: te amo. Que esta declaración genere de por sí una trasmutación de lo que esencialmente me une a ti esposa, pareja, madre, hija, hermana, amiga. Que este nuevo vínculo que se tiende de mí hacia ti sea un puente, un portal, donde transite el amor. Y que ese amor no sea la mera repetición de una palabra vacía, sin contenido, sin hechos que den forma y estructura al amor vivo. No declaro que no cometeré errores, sí declaro que los evitaré desde la convicción que en el amor no puede caber hacer daño al ser amado; y si lo hiciera de manera inconsciente o desde el reconocimiento más humilde de mi falibilidad como hombre, declaro que lo sentiré en mi carne y en mi espíritu y que te pediré perdón con sinceridad, elevando con honestidad mi deseo de aprender, de ser mejor esposo, pareja, hijo, padre, hermano, amigo.
Déjame aprender de ti. Enséñame mujer cómo se ama incondicionalmente. Dime cómo es posible desapegarse incluso de uno mismo por ese otro que amas, así como amas a tu hijo cuando eres madre y lo das todo por él; así como cuando amas como pareja y eres capaz de perdonarlo todo.
Te amo porque sé que mi amor no cae en un precipicio. Te amo porque mi amor se completa con el tuyo. Te amo porque en ti no hay condiciones, salvo el que pueda amarte verdaderamente, con reciprocidad y respeto por el complemento que somos. Sentir que tú estás en mí y yo en ti, en una integración perfecta, estable en su dinamismo, poderosa y generativa, siempre nueva, siempre historia. Te amo con piso y sin cielo, infinitamente, así como tú me lo declaras.
Gracias
Por llenar mi panza de leche y ternura. Por enjugar mis lágrimas cuando ese otro niño me quitó mi juguete favorito. Por estar ahí cuando me volteé entrando al colegio. Por cuidarme en la guardería, por enseñarme a leer y a escribir. Por curar mis heridas, por velar mi sueño dolorido, por ponerme el catéter con el antineoplásico, por acercarme al lavatorio en el vómito, por asearme cada mañana. Por ese primer beso furtivo tras esa ligustrina. Por esa vez que reconocí el deseo en el roce casual de los cuerpos. Por ser compañera de banco, prestarme tus apuntes con buena letra, por enseñarme matemáticas y gracias a eso aprobar al fin. Por ser la mejor jefa y darme la oportunidad del logro profesional, sin celo, con generosidad. Por ese consejo sabio cuando no había nada dicho y sin embargo me derrumbaba por dentro. Por llevarme a mi mesa una taza de chocolate caliente mientras estilaba parte de una lluvia que me había sorprendido lejos de casa. Por darme esas sobrinas que me llaman tío y a ellas por descubrir en esas tres letras la devoción más absoluta hacia ellas. A ti amor por regalarme lo efímero de una mirada y lo permanente de un te amo. Gracias por darme ese hijo que buscaba y no encontraba. Gracias mi vida por perdonarme lo imperdonable y volver a empezar. Gracias por amarme como soy y aun así amarme más, desbordándose pero sin vaciarse, solo llenándose infinitamente de ese amor de mujer.
Cierro este círculo pleno de gratitud. Con esta emoción gratuita que no nace de una transa sino del reconocimiento de cuánto bien nos haces, mujer, a ti y a cada una de las mujeres que componen la otra parte del universo. Gracias por ser como son, tal cual. Gracias por estar aquí y allá, entonces y ahora. Gracias por ser la única garantía de futuro, la única posibilidad para asegurar que mañana haya una nueva humanidad: nuevos hombres y mujeres, nacidos así, unas y otros siendo parte y siendo el todo. Gracias, finalmente, por la felicidad que me provoca esta esperanza, juntos.
* La medicina/sabiduría/religiosidad hawaiana tiene el Ho’oponopono que propone el siguiente mantra: lo siento, perdóname, te amo, gracias. Según esta creencia, solo así se cura la enfermedad de quienes la padecen y de todo el universo. ** Juan Pablo Belair Moreno. Coach. Profesor universitario. Director de la fundación Amandla. Socio director de ARS Global. Aprendiz. @jpablobelair (en twitter)
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