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Esteban Gumucio

¿Qué nos habría pasado si, en vez de recibir la carta que escribieron el viernes 3 de agosto, nuestr

Equipo editorial de Ciudadano del Mundo

Ofrecemos esta «ficción» de una alternativa a la carta que los obispos hicieran pública al finalizar su Asamblea Plenaria extraordinaria en Punta de Tralca.

Comunicación de los obispos de Chile a los fieles católicos y a los demás conciudadanos

Desde el mediodía del lunes 30 de julio hasta el mediodía de hoy, viernes 3 de agosto, hemos estado reunidos en Punta de Tralca. Primero entre nosotros, luego acompañados de algunas laicas y laicos que trabajan en diversas oficinas del episcopado, de los vicarios pastorales de nuestras diócesis y de algunas religiosas y religiosos.

En estos días hemos empezado, en primer lugar, a tomar conciencia de la hondura de la crisis por la que estamos atravesando y que esta crisis es ante todo una crisis de nosotros, los obispos, que no hemos sabido enfrentar con la verdad y con valentía los muchos problemas que se dan en nuestra iglesia, entre ellos los casos de abuso sexual cometido por miembros del clero. Esta crisis nuestra ha repercutido, por cierto, con distinta intensidad, en el conjunto de los fieles y en la sociedad. En segundo lugar, hemos constatado que, ante esta crisis nuestra, nos sentimos paralizados, sin saber mucho cómo salir de ella. Usando una imagen, nos sentimos como un enfermo que recién se atreve a reconocer que su enfermedad es grave. De ahí que les pidamos a todos iniciar conversaciones en torno al menos a dos preguntas e integrando al menos tres círculos distintos de personas.

La primera pregunta –usando los términos de la medicina– es de diagnóstico. Se trata de analizar nuestro presente para detectar todas las fuerzas que están actuando en nuestra iglesia, sean positivas o negativas. Insistimos en que queremos que nos ayuden a ver con claridad lo que estamos viviendo ahora, en el presente. La mirada hacia atrás, para hurgar en las causas que nos han traído hasta la situación actual, interesa solo en la medida en que nos ayude a detectar fuerzas que nos hacen daño y que, por lo tanto, habrá que tratar de neutralizar o erradicar; o fuerzas positivas que nos hacen bien y que, por lo tanto, habrá que fomentar en el futuro para potenciarlas. Volviendo al caso del enfermo que debe asumir el diagnóstico, por severo que este sea, pues es parte de su sanación: si el diagnóstico dice que su enfermedad es un cáncer pulmonar, le sirve saber que lo ha causado el cigarrillo, porque así sabrá que, en el futuro tendrá que dejarlo por completo; pero su pasado de fumador ya no lo podrá cambiar.

Esto último nos pone en el umbral de nuestra segunda pregunta, que es la pregunta por la terapia. Dado el diagnóstico al que vayamos llegando, ¿qué podemos y debemos hacer ahora? No les pedimos que elaboren un modelo ideal de iglesia ni de obispo ni de sacerdote; para nosotros no hay otro modelo que Jesús y la comunidad que formó con sus discípulos y que, luego de su resurrección, empezó a difundirse por el mundo. Lo que queremos es que nos ayuden a descubrir lo que podemos hacer, juntos, ahora y en los próximos meses y años, para encontrar los caminos que nos permitan ir saliendo de la crisis. Porque estamos convencidos que así como hemos ido entrando en ella lentamente, casi insensiblemente, así también, no podemos esperar una salida instantánea, ni mágica ni milagrosa.

Les proponemos que estas preguntas las conversemos en tres tipos de grupos. Un primer círculo, necesariamente pequeño, formado por algunos fieles y pastores, donde se pueda escuchar, en actitud de respeto y de profunda acogida, a alguna persona que haya sufrido abusos de parte de algún miembro del clero. Pueden ser abusos de cualquier tipo: de conciencia, de poder, sexuales, etc.; pero es posible que sea más fácil que esta invitación la acepte un abusado de poder o de conciencia.

El segundo círculo estaría compuesto de fieles y pastores, para conversar las preguntas propuestas a partir de las experiencias de su vida de participación en la iglesia.

Y el tercero, también pequeño, en que algunos fieles y pastores invitan a alguna o algunas personas no creyentes, para escuchar, en actitud de respeto y acogida, lo que ven desde fuera de la iglesia.

Quisiéramos que la iniciativa para formar estos grupos sea libre; es decir, que cualquier persona la pueda tomar, sea miembro de la jerarquía o no, sea ministro ordenado o no, sea participante asiduo en la vida de la comunidad de la iglesia o no. Nosotros, los obispos, nos comprometemos a fomentar la formación de estos grupos de conversación en nuestras diócesis.

¿Qué puede venir después? No lo sabemos. Confiamos en que podremos hacer camino al andar, más aun teniendo en cuenta que el Espíritu de Jesús anima a la iglesia, cuando nos dejamos conducir por él.

Los autores de esta carta apócrifa pensamos que la idea de hacer estos grupos (“conversatorios”) se puede poner en práctica desde ahora mismo, sin esperar a que haya una organización central que dé el pitazo inicial. ¡Podemos hacer camino al andar!
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