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SER CRISTIANOS

Esteban Gumucio

¿Importa que los cristianos sean mayoría? Por Pablo Fontaine sscc A menudo discuto, en los colectivos de mi ciudad (que constituyen el principal foro de esta Atenas del sur) con algunos pasajeros que dicen: “Qué mala está la juventud”, como si de un día para otros los jóvenes se hubieran puestos malos, y esto sin responsabilidad alguna de los adultos. Por supuesto que los jóvenes no son blancas palomas, pero nosotros les vamos dejando un mundo donde no es nada fácil navegar en el viaje humano. Esto es lo que han encontrado: una técnica que invita a la satisfacción inmediata de los deseos y caprichos. Por lo mismo una generación que sólo ve el presente y deja el futuro en la sombra, por lo que no quiere prever ni tomar compromisos. Una mentalidad que valora sobre todo el tener cosas y el dinero para obtenerlas. Una vida locamente acelerada, lo que en parte es consecuencia de lo anterior. Unos hogares en que todos trabajan y los hijos quedan solos. Una mentalidad “permisiva” que, entre otros efectos, produce niños sin padres. Una generación de padres que no vislumbra lo trascendente y que, por lo tanto, no se motiva ni motiva sino para el aprovechamiento material del presente. Frecuentes casos de corrupción en servidores públicos de quienes se podía esperar la máxima honestidad. Una cantidad de jóvenes empobrecidos que miran desde la TV cómo otros pueden estudiar, brillar, luchar por ideales grandes y ser reconocidos en su dignidad. De todo eso resulta la falta de sentido para vivir, muchas veces expresado con todas sus letras por los jóvenes: “¿qué sentido tiene vivir?”. Y así quedan con la impresión de que todo da lo mismo y aparece la frustración y la depresión, la violencia y la falta de amor. Entonces se buscan remedios. Algunos los ponen en el aumento de cárceles, castigos y rejas. Hay jóvenes que van abriendo los ojos a otra realidad más plena. Ellos y muchos pensamos que al mundo le falta el pan de vida o la sal de la tierra. Falta que muchos o pocos den testimonio de Jesús con el corazón ardiente, sobre todo ante el mundo pobre y juvenil. Es la tarea primera de las parroquias. Y la formación de gente que haga eso, es la justificación de los colegios caros. No le da lo mismo al mundo juvenil que se le muestre o no la persona de Jesús. No importa que los cristianos no sean mayoría; tampoco importa que los religiosos sean pocos. Ahí no está la debilidad del catolicismo. Habría debilidad y decadencia si no existiera un grupo de hombres y mujeres entregados en cuerpo y alma a Jesús y a la gente. Estamos nuevamente en el Imperio romano. En ese entonces, un puñado de creyentes dio su vida por afirmar que Cristo vive y trae un reino nuevo, dio su vida para decir que otro mundo es posible. No sé si es útil pedir tantas veces que haya vocaciones sacerdotales. No sé si hay que vivir en esta vorágine de planificaciones y orientaciones pastorales de nuestra Iglesia. Pero sé que necesitamos anunciadores de la Buena Noticia que sean jóvenes de oración; capaces de animar comunidades fraternales; incansables para llamar a la juventud pobre a dejar todo desaliento y levantar el corazón, con la mirada puesta en Jesús. Es el caso de recordar una vez más a Karl Rahner anunciando que, en este siglo, el cristianismo o es místico o no es. La forma de catolicismo que se vivió hasta mediados del siglo XX se derrumbó rápidamente. Tal vez en sus finales ya había mucha cáscara vacía. No hay por qué añorarla. En un mundo tal vez menos católico, o menos cristiano o menos religioso, y hasta menos humano, con una juventud que se muestra como promesa y desafío, todo está por hacer y la vocación cristiana es como nunca apasionante.

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