Huelgas, paros y bien común Percival Cowley sscc
Todos sabemos que un buen pedagogo enseña a sus discípulos que la mejor herramienta ante cualquier conflicto es el diálogo y nunca el garrote o el golpe. Todos sabemos que los enfermos necesitan a los médicos y que la salud es también un derecho humano. Sería interesante que los servidores públicos tuvieran clara esa noción y la responsabilidad consiguiente: el servicio que están llamados a prestar a la población ciudadana, que es la que, finalmente, paga sus sueldos. Para los cristianos, la Doctrina Social de la Iglesia indica que la huelga (o el paro) es un instrumento legítimo en y para la defensa de los derechos de los trabajadores; pero nunca el primero y siempre el último, cuando todos los otros caminos posibles se han cerrado. De los cuatro paros de los profesores, hubiésemos tenido el derecho de esperar alguna idea en relación con las reformas educacionales necesarias y pendientes y no sólo una preocupación —muy legítima, por cierto— respecto de sus ingresos económicos. De los médicos, la conciencia acerca de las personas, sobre todo de las de menores recursos, que han perdido su hora y deberán esperar pacientemente una nueva, paciencia que muchas enfermedades no tienen. De los trabajadores del sector público, en plena negociación respecto de sus ingresos futuros, que hubiesen confiado en sus dirigentes y en la mesa preparada para tal efecto. Cuando la huelga (o el paro) es la primera medida a la que se recurre, se está afectando directamente al bien común, y, en este caso, nada menos que en la educación y la salud, dos temas que no son menores. (Carta a El Mercurio, 12 Noviembre 2009)
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