¿Puede haber indulto para los bautizados? Reflexiones de un Laico SSCC
Que el gobierno adopte los criterios de «justicia con clemencia» y los aplique previa revisión “caso a caso”…pareciera ser la propuesta de la conferencia episcopal con motivo del bicentenario. Este aporte que ha presentado la conferencia episcopal al presidente de la república para que se pudiera discutir y concretar, me ha llevado a mirar con optimismo esta nueva manera en que al parecer nuestros prelados quieren aplicar criterios ante situaciones de dolor y los errores que a la luz de la moral católica han cometido algunos bautizados. Estoy pensando en qué ocurriría si nuestros pastores suspendieran algunas reuniones, viajes, cursos, asambleas y se abrieran al “caso a caso”; abrieran su mirada, su corazón, para escuchar a cientos de miles de bautizados que se han alejado de la comunidad eclesial, que se han sentido marginados; y que escuchen con clemencia a tantas y tantos que han sido marginados de la participación plena de la comunidad y están “privados del alimento”, privados de participar de esta llamada “mesa para todos”, que resulta ser, lamentablemente como en tantos otros aspectos de nuestra vida social, como en lo económico por ejemplo, una “mesa sólo para algunos”. Qué doloroso resulta, ver cómo aquellos que más necesitan de esta mesa de todos, no pueden participar plenamente de ella. ¿Vemos necesidad de clemencia, de misericordia en esta situación que vivimos en el seno de la propia iglesia? ¿No creen que al revisar caso a caso, atreviéndose a dejar entre paréntesis el derecho canónico, la ley, para aplicar la ley que nos propuso el mismo Jesucristo, y este perdonar setenta veces siete que nos recuerda el arzobispo de Santiago, nuestra comunidad eclesial no viviría una transformación maravillosa? Se necesita tiempo para escuchar el alma de la comunidad, que son las personas, de lo contrario se sigue desconociendo las verdaderas necesidades de la gente. Recuerdo el pasaje del evangelio en que Jesús luego de conversar y conocer al ciego de Jericó le pregunta: ¿qué quieres que haga por ti?, ¿qué necesitas? Pareciera tan evidente a todas luces cuál es la necesidad del ciego, sin embargo, Jesús, no adivina la necesidad, no anticipa respuestas ni recetas ni sermones sin antes ir al corazón del otro, donde están las necesidades propias y originales de este legítimo otro, preguntas tan necesarias. Pero para ello hay que detenerse, conversar, no temer a perder el tiempo escuchando, ampliando las horas de oficina en que los sacerdotes escuchen a la gente, y en que los obispos escuchen a sus sacerdotes, donde les puedan preguntar, ¿qué quieres que haga por ti?, ¿qué necesitas? Y comprometerse con la situación de las personas y con las respuestas que necesitan. No con motivo del bicentenario, sino con el motivo urgente de volver al Evangelio, es que quienes formamos parte, activa o no, de esta comunidad congregada por la utopía cristiana, tenemos la responsabilidad de hacer una profunda reflexión y generar espacios para un diálogo abierto al espíritu, dejando que sople, que cuestione, que movilice, que transforme. Me parece que no podemos esperar que las transformaciones vengan desde la jerarquía eclesial, sino que como en otros momentos del devenir histórico de nuestra comunidad, los vientos de cambio han venido desde el alma y el corazón de la Iglesia que son sus comunidades formadas por los hombre y mujeres del día a día, quienes junto a sus pastores cercanos, conjugan la dimensión profética del bautismo en sus compromisos cotidianos, en la celebración sencilla de la fe, en la acogida, en el partir el pan y el repartir los pescados. Creo que nuestra Iglesia puede volver al Evangelio, citar más los pasajes de Mateo, Marcos, Lucas y Juan que las empolvadas encíclicas, creo en el desprendimiento de los lastres del poder y de los absolutos, creo en la fuerza del espíritu que sopla, creo en el “sensus fidelium” (el sentir de los fieles), creo en que la encarnación ha santificado nuestra humanidad y creo en el amor incondicional de Dios, que acoge, perdona, acompaña e invita a todos a sentarse a su mesa. Invito a enriquecer estas desordenadas, pero genuinas ideas para construir un espacio de reflexión que seguramente no tendrá más espacio que el de la complicidad de nuestros propios textos.
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