Turbulencias en la sociedad y en la Iglesia ¿Algo en común?
«Ciertamente no todo en la modernidad es compatible con el Evangelio de Jesús. No se trata de asimilar simplemente todo lo moderno en la Iglesia. Pero me parece que estas dos exigencias –debate público racional y transparencia en la toma de decisiones– no solo son compatibles sino que brotan de la manera como Jesús quiere que se ejerza el poder entre sus discípulos, como un servicio».
Por Sergio Silva Gatica ss.cc.*
En estos meses recién pasados nos ha tocado vivir en Chile fuertes turbulencias, tanto en la sociedad como en la Iglesia. Los más publicitados han sido los casos Caval y Penta, por un lado, los del obispo Barros en Osorno y del profesor Costadoat en la facultad de teología de la PUC, por otro. Me he preguntado si se puede descubrir algún hilo o factor común, y me ha parecido que sí. Esto común que creo ver lo puedo expresar con la imagen de una ola de maremoto, que llega repentinamente, adquiriendo cada vez más altura a medida que se acerca a la costa y que, una vez que llega, arrasa buena parte de lo que encuentra a su paso. Me parece que en Chile estamos viviendo una ola semejante en un tema que está muy en el centro de los casos que he mencionado. Se trata del ejercicio del poder. La ola que nos llega, me parece, es un aspecto de la modernidad. Cada vez más chilenos nos resistimos a aceptar un ejercicio del poder hecho a la manera tradicional, premoderna, que era la acostumbrada entre nosotros.
En ese modo acostumbrado, premoderno, el poder lo ejercían unos pocos, de espaldas al pueblo, y el pueblo no conocía los canales por los que discurrían las aguas que llevaban a tomar las decisiones que luego lo afectaban. Hoy, en cambio, un número creciente de ciudadanos y de fieles exigen un ejercicio diferente del poder. Me detengo en dos características de este nuevo modo muy íntimamente interrelacionadas.

En la Iglesia católica, en cambio, el principio de un debate público previo a la toma de decisiones no está tan claramente aceptado actualmente. Sí lo estuvo en los mejores siglos de la vida de la Iglesia latina de occidente, cuando se incorporó en la vida cotidiana de la comunidad un principio esencial del derecho romano: lo que afecta a todos debe ser decidido por todos. Pero la deriva del segundo milenio de la iglesia occidental fue en la dirección contraria –la de la centralización cada vez más fuerte del poder de tomar decisiones en el Papa– por razones que no es del caso detallar aquí. Y esa centralización, que se repite luego en el obispo y en el párroco, nos marca a fuego hasta hoy. Con un agravante que no se da en la sociedad democrática moderna: esta concentración del ejercicio del poder eclesiástico suele justificarse, explícita o implícitamente, con el aval del poder sagrado o salvífico de los miembros de la jerarquía. Todos, laicos y clero, fueron (quizá fuimos) formados para obedecer lo que venía del Papa, del obispo, del clero, sin preguntar razones; menos aun se podía pensar en criticar las decisiones tomadas por esos superiores.


Ciertamente no todo en la modernidad es compatible con el Evangelio de Jesús. No se trata de asimilar simplemente todo lo moderno en la Iglesia. Pero me parece que estas dos exigencias –debate público racional y transparencia en la toma de decisiones– no solo son compatibles sino que brotan de la manera como Jesús quiere que se ejerza el poder entre sus discípulos, como un servicio.
* Sergio Silva es religioso de los Sagrados Corazones. Doctor en Teología. Hizo clases en la Facultad de Teología de la UC entre los años 1973 y 2012.